viernes, 18 de diciembre de 2020

Situación inaguantable

Ya ha pasado un año desde que convivimos con el COVID (teniendo en cuenta que empezó en China en este mes del año pasado), y pese a la promesa de las vacunas, la situación generada por la pandemia se está volviendo inaguantable por momentos.

Si España tuvo que enfrentarse a un confinamiento en marzo y abril para frenar el colapso sanitario, en verano relajó las medidas y falló la preparación para afrontar la segunda ola que todo el mundo sabía que vendría. 

Sí, ahora hay mascarillas, se realizan más tests y no se ha tenido que volver al confinamiento, pero las restricciones siguen siendo muy fuertes porque los hospitales siguen colapsados. Apenas se ha ampliado plantilla ni camas, con lo que en cuanto los casos volvieron a aumentar, hubo que volver a las restricciones para evitar el colapso total de los hospitales.

Ya denuncié en su día que el sistema sanitario español dista mucho de ser ejemplar. Tiene múltiples fallos, empezando porque no hay suficientes médicos, siguiendo por las listas de espera, y terminando por el mal ratio de camas por población. En estos gráficos se puede ver que hay países con mucha mayor capacidad que España en cuanto a médicos y camas de hospitales respecto a la población. 






Uno podría pensar que ante el desastre del COVID el gobierno haría un esfuerzo extra en reforzar la sanidad, viendo lo que había sucedido, pero no. Si estamos como estamos, no es por la letalidad del virus, como ya señalé desde el principio de la pandemia, y como ha quedado demostrado cuando se empezaron a realizar más tests y se vio que la inmensa mayoría de quienes tienen el virus son asintomáticos o padecen síntomas leves. Si estamos así, es ni más ni menos que por la insuficiencia de nuestro sistema sanitario. Sí, tal vez no se podía prever un virus como este que lo colapsase, pero una vez que ha llegado y que da un respiro de verano, lo que es imperdonable es que el gobierno no haya tirado la casa por la ventana para reforzar el sistema sanitario.

Intolerable no solo por las molestias que causan las restricciones y por los sectores afectados por estas, que también, sino sobre todo por la cantidad de muertos que hay, con lo que eso conlleva para sus familias y allegados.

Ya se denunció en su día el abandono de las residencias de mayores, donde a muchas personas no las trasladaron a los hospitales y ni siquiera les realizaron el test cuando fallecieron, no entrando así en la contabilidad oficial de fallecidos por el virus. Pero si se comparan las estadísticas de muertes del año pasado y de este, se ve que la diferencia es mayor que las estadísticas oficiales del coronavirus, y eso se debe en gran parte a los fallecidos en residencias a los que no se hizo el test, ni se les trató en hospitales. Es decir, que tuvieron que decidir quién vivía y quién no, porque los hospitales estaban colapsados y los mayores con patologías graves tenían menos opciones de superar el virus.


En este gráfico de El País, se puede ver el número de muertes esperadas (en base al año anterior), el de contabilizadas por covid, y el número real, que está claro que en su gran mayoría también es por covid y que no figura como tal al no haberse realizado tests.



Así de triste y de cruel es lo que sucedió. Y lo peor es que puede volver a suceder, y todo porque no se ha reforzado el sistema sanitario como se debería haber hecho.


Y como he dicho antes, estas restricciones, como puede ser el toque de queda, la prohibición de desplazamientos entre Comunidades Autónomas, la limitación de eventos que reúnen grandes multitudes, o la limitación de reuniones de más de x número de personas, generan un malestar público y notorio. 

Todo el mundo (o casi todos) puede aceptar una limitaciones por un tiempo determinado. Pero nadie puede aceptarlo eternamente. Ya hay estudios que hablan de un aumento importante de estrés, depresión o ansiedad en la población.

Y es lógico, porque estas restricciones a derechos fundamentales como son el derecho de reunión o de desplazamiento, afectan en lo más hondo del ser humano, que es un ser social y que necesita de la interacción social para su bienestar.

Puede aceptar una limitación a esos derechos durante un tiempo. Pero cuando esas limitaciones se extienden, y lo que es peor, parecen no tener fin, entonces empieza a rebelarse, ya sea de forma interna (estrés, ansiedad, depresión) o externa (protestas, rebelión frente a las restricciones, desafío a las imposiciones).

Así, hemos visto varios conatos de protestas en diversas ciudades de España cuando se anunciaron nuevas restricciones. Y está sucediendo lo mismo y de forma ampliada en otros países de Europa.



Es cierto que aquí se mezclan muchos factores, como los negacionistas o los conspiranoicos. Pero también es cierto que esta situación se va haciendo cada vez más intolerable para más gente. Y si no, miremos a la economía. 

Los sectores del turismo, los eventos o la hostelería están al borde de la ruina. Es normal que se enfaden ante la ampliación de restricciones, y que intenten pelear porque se relajen o se levanten. Como he dicho antes, todo el mundo puede aceptar alguna limitación por algún tiempo, pero no todo el mundo puede aceptar limitaciones graves durante mucho tiempo. Así que estos sectores ya han empezado también a protestar, como es lógico.

La solución no es fácil, porque son sectores que implican desplazamientos y reuniones, los dos derechos que se están viendo más afectados por las restricciones para intentar frenar los contagios, y para colmo las ayudas que les tendrían que llegar o no les llegan, o llegan con retraso, o son insuficientes.



No basta con que Pablo Iglesias, vicepresidente del gobierno, salga a una manifestación con una chapa en defensa de la sanidad pública. Si está en el gobierno, se tiene que preocupar por mejorar la sanidad pública, que para eso está ahí, no para reivindicar nada. La gente empieza a estar harta de bonitas palabras, o de que directamente la llamen tonta a la cara, o de que la estafen y la mientan. 

Decían que ponían medidas duras para salvar la navidad, para que las tiendas y el comercio no se viesen afectados, para que el turismo y la hostelería pudiesen salvar el año con estas fechas de mayor consumo. ¡Y ahora dicen que hay que sacrificar la navidad por el bien de todos! ¿Nos toman por imbéciles? Estoy harto de leer consejos del tipo: "Este año no celebro la navidad, porque es mejor no celebrar una navidad que celebrar la última".

Eso me recuerda a un reportero que entrevistaba a un combatiente en Siria que acababa de tener un hijo. Le preguntaba si no habría sido mejor esperar a que la situación estuviese mejor para tener hijos, y este le miraba y respondía: ¿Cómo puedo saber que la situación va a estar mejor al cabo de x tiempo? 

Es decir, que en situaciones como estas es muy difícil hacer planes a largo plazo, y a lo mejor hay que vivir el presente y no obsesionarse tanto con el futuro porque en realidad no sabemos cómo va a ser. Podemos esperar que sea mejor, pero tal vez suceda algo que nos haga arrepentirnos de no haber hecho anteriormente lo que teníamos previsto y pospusimos a espera de tiempos mejores.

Obviamente que hay que extremar las precauciones y que la mayor parte de la gente limitará las reuniones. Pero de ahí a pretender poner medidas draconianas que limiten toda interacción social, va un trecho.

Los conspiranoicos hablaban de que esto de la pandemia era todo un experimento de control social. No iré tan lejos, pero parece bastante claro que, aunque no sea de forma intencionada, esto tiene mucho de ver hasta qué punto los ciudadanos obedecen a la autoridad. 



Ahora están poniendo limitaciones y restricciones. A veces optan por recomendaciones, más que nada porque saben que es imposible de controlar. Si ya con la limitación de desplazamientos apenas hay controles en las carreteras, imaginémonos qué controles puede haber para verificar que no se sobrepasa el límite de personas que pueden reunirse.

Otro tanto pasa con la mascarilla. Dicen que hay que renovarla cada cuatro horas, que unas se pueden lavar y que otras no. Y en los hospitales no dejan entrar con las de tela, porque dicen que no saben cuánto tiempo la has tenido puesta. ¿Y con las otras sí? Anda que no hay gente que habrá llevado una mascarilla de 4 horas días y días. ¿Cómo se puede controlar eso? Es imposible.

Así que sí, esto va mucho de lo que se puede controlar y no. Es obvio que el gobierno tiene que intentar controlar la situación, y para ello imponer una serie de restricciones, limitaciones o recomendaciones. Pero como he dicho antes, la paciencia de la gente tiene un límite, y si estas restricciones se extienden mucho en el tiempo, o lo que es peor, son contradictorias, la gente se empezará a cabrear y con razón.

¿Cómo se puede entender que primero digan que van a llegar a un consenso entre todos para que no haya diferencias entre comunidades autónomas en navidad, y apenas una semana antes digan que las comunidades pueden endurecer las medidas si así lo desean, permitiendo de esta forma que sí que haya esas diferencias? Parece como si viviésemos en países distintos. Además de que dentro de una comunidad autónoma las diferencias respecto al virus entre provincias y municipios pueden ser mayores que entre las propias comunidades.



En definitiva, todo esto se está volviendo inaguantable. Esperemos que las vacunas sean efectivas, no produzcan efectos secundarios severos, y se puedan ir relajando las restricciones, porque desde luego la eficacia y la coherencia de este gobierno para hacer frente a la pandemia, es nula. Ahí tenemos el sistema sanitario, que sigue igual de mal que en marzo. Ahí tenemos el colapso en las ayudas al ingreso mínimo vital por falta de personal. Ahí tenemos el caos en las residencias, el colapso de la hostelería, el turismo y los eventos, la incoherencia de medidas entre comunidades.

El gobierno debería estar para gobernar y encontrar la mejor solución. Y en vez de eso se dedica a pelearse entre ellos (ahí tenemos los enfrentamientos entre ministros de podemos y del psoe), a pactar unos presupuestos sacando el castellano como lengua vehicular, a buscar una salida a la renovación del CGPJ que si estuviese en la oposición calificaría de cacicada, o a hablar de indultos y de reforma del delito de sedición. 

Esas parecen las preocupaciones del gobierno ahora mismo. Lamentablemente gran parte de la oposición no parece estar a la altura. La abstención comienza a comprenderse cada vez mejor ante la absoluta inutilidad de los políticos que tenemos.

La preocupación del gobierno debería ser reforzar de la forma que fuese el sistema sanitario, y ayudar de la forma que fuese a aquellos sectores que peor lo están pasando, y no ver el esperpento al que estamos asistiendo.

Ojalá las vacunas alivien un poco la situación, porque está claro que ni el gobierno ni la oposición lo van a hacer.

1 comentario:

Anónimo dijo...


Le diré que estamos ante una guerra universal. El virus no entiende de naciones y menos aun de Comunidades Autónomas. Los esfuerzos se debieron coordinar bajo una autoridad única y caminar en la supresión de los Estados pues, aunque esta vez nos libremos, la próxima no ocurrirá. Porque, aunque esto no sea un planteamiento realista y sea verdad que preferimos desaparecer como especie antes de dejar de pertenecer a la nación y que vamos contra intereses muy fuertes, y los intereses son siempre mas importantes que la ideología, yo digo que esta vez nos salvarán las vacunas y la próxima si sigue muriendo población, en su mayoría, anciana o casi, preferiremos seguir con el mismo planteamiento. Pero como empiecen a caer niños, los mas indefensos después de los ancianos, jóvenes y adultos porque al próximo virus no le interese el hombre, veremos crear unos conflictos en la calle terribles. Y entonces no servirá el cambio de discurso. Nadie creerá en soluciones globales porque no se hicieron antes.

Nos importan poco los intereses de los estados o los laboratorios. Queremos la mejor vacuna accesible a todos. Y en esto y en la mejora del sistema sanitario es en lo que se deben aunar esfuerzos. Y no como aprovechan algunos para traer una república que, aparte de no ofrecer nada porque a unos les mata el virus y a otros el hambre, además de que la república no te protege contra dictadores, y ejemplos sobran para llenar páginas y páginas, y menos de alguno que vete a saber si, como no le da tiempo en uno o dos mandatos para sacar adelante sus proyectos, no prentende embaucarnos con referéndums para convertirse en dictador directo o encubierto.

Si la monarquía parlamentaria no está dispuesta a abdicar cuando un demagogo pretende modificar la Constitución, porque no la votó, como si las Constituciones fueran de partido o para que las votasen generacionalmente en lugar de modificarlas como la propia norma prevee para adaptarlas a los tiempos, o para poder quedarse, nos llevaremos muertos, torturados y encarcelados para poder echar al cacique. Y no soy súbdito de ningún rey. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Pero tampoco de ningún dictador republicano.

Lo dicho. Antes de que llegue un virus rabioso que pueda con todos, y desaparecido el hombre, estamos ante el fin del mundo porque lo que ocurra después no nos interesa, debemos empezar ya a luchar globalmente contra él. Y a no descuidar la economía por aquello de que no solo mata el virus sino también el hambre.