sábado, 30 de noviembre de 2019

La política iraní cuestionada en Líbano, Irak y el propio Irán

Hace dos años escribía sobre la, en mi opinión, errónea estrategia saudí en política exterior respecto a la guerra de Yemen, al bloqueo de Qatar, a su involucración en la política libanesa, o al apoyo a Al Sisi en Egipto y a Haftar en Libia, entre otros.
Parece que hoy en día se empieza a vislumbrar una posible salida negociada a la guerra de Yemen y al bloqueo de Qatar, ya que la situación sigue estancada y Arabia Saudí no ha conseguido ninguno de sus objetivos.

Pues bien, hoy voy a hablar de la errónea estrategia que a mi juicio está siguiendo el régimen iraní en política exterior. Al hablar sobre la guerra de Yemen, ya mencioné brevemente el juego que hay entre Arabia Saudí e Irán. Recapitulando, Irán trata de apoyar la causa chií en otros países, y Arabia Saudí la suní, enfrentándose así ambos países en una guerra fría en otros territorios como Yemen, Líbano, Siria o Irak.

De Yemen ya he hablado suficiente, y de Siria también, donde recordemos, Irán tiene presencia militar para apoyar a Al Assad, y envía milicias chiíes formadas por iraquíes, afganos y paquistaníes a combatir contra los rebeldes sirios.


(En este gráfico se puede comprobar la importancia del apoyo militar iraní al régimen sirio sobre el terreno: Entre 8.000 y 10.000 miembros de las guardias revolucionarias, entre 5.000 y 6.000 soldados regulares, 20.000 milicianos iraquíes, entre 15.000 y 20.000 milicianos afganos, entre 7.000 y 10.000 milicianos libaneses de Hezbollah, y entre 5.000 y 7.000 milicianos paquistaníes, haciendo un total de entre 60.000 y 73.000 combatientes, cuando el ejército de Al Assad se estima en 50.000 combatientes. Datos de 2016 publicados en Dailymail.co.uk).


Sin embargo, no he hablado mucho de lo que sucede en Líbano e Irak. Y es que en los últimos meses se están desarrollando una serie de protestas masivas en ambos países contra el status quo. 

Comenzando con Líbano, el sistema político que rige en este país surge tras la cruenta guerra civil de 15 años, y consiste en un reparto de poder entre las diferentes confesiones religiosas del país. Así, el cargo de presidente lo debe ostentar siempre un cristiano, el de primer ministro un suní, y el presidente del Parlamento un chií.

Líbano, por su cercanía geográfica con Siria, se ha visto fuertemente influenciado por la guerra en este país, y ha acogido a cerca de un millón de refugiados, lo que dado el pequeño tamaño del país, es sin duda muy significativo.


Pero además, la guerra siria ha avivado las divisiones entre las confesiones libanesas. Así, los chiíes, representados por Hezbollah, han estado apoyando a Al Assad. Al igual que Irán, Hezbollah ha enviado a muchos milicianos a Siria a combatir contra los rebeldes.
Por su parte, los suníes libaneses apoyan a los rebeldes sirios. De esta forma, cuando llegan los refugiados sirios a Líbano, los chiíes sirios van a zonas chiíes del país, y los suníes sirios a zonas suníes. 
Todo esto conlleva que la situación ya de por sí frágil de Líbano en cuanto a la convivencia entre diferentes confesiones, se haga más complicada, exacerbada por la guerra en el país vecino y los refugiados procedentes de esta, que también tiene repercusiones en la economía, al tirar los sueldos hacia abajo por la competencia de los trabajadores sirios.


(Este gráfico muestra bien el impacto que tiene la acogida de refugiados sirios en países tan pequeños como Líbano y Jordania. Fuente: ArabCentreDC).

Así, Líbano se encaminó prácticamente hacia una nueva guerra civil, con enfrentamientos entre las diferentes confesiones. Sin embargo, los políticos libaneses se conjuraron para tratar de frenar la influencia exterior y centrarse en los problemas interiores. Esa fue una de las razones por las que Arabia Saudí presionó para que Hariri, primer ministro libanés (suní) dimitiese, pues veía que se comenzaba a alejar de su estrategia de confrontación y que trataba de llegar a un entendimiento con Hezbollah para que la guerra siria no se trasladase al Líbano.

Finalmente Hariri volvió al poder, y la situación de tensión política comenzó a relajarse, hasta ahora, cuando los ciudadanos libaneses, hartos de la corrupción y de los problemas económicos, han comenzado a salir a la calle a protestar, en lo que se está conociendo como segunda primavera árabe, pues también está habiendo protestas en otros países, como Argelia, Sudán o Irak.

Estas protestas están poniendo en cuestionamiento el status quo del sistema político libanés, es decir, el reparto del poder según la confesión religiosa. De momento las protestas están destacando por la unión de sus ciudadanos, sin atender a la religión. Ha habido intentos por parte de Hezbollah de romper esa unión atacando a los manifestantes. Parece que temen por su futuro, lo cual no es descabellado, pues sin ir más lejos Hariri (primer ministro suní que logró el apoyo de Hezbollah en el gobierno) ya ha dimitido. Actualmente el país se encuentra sin primer ministro, y los ciudadanos demandan elecciones que no obedezcan al reparto tradicional, y sobre todo, políticos que no se dediquen a amansar fortunas mientras el ciudadano medio sufre para llegar a fin de mes.




¿Y qué tiene que ver todo esto con Irán? Pues que Hezbollah, que está apoyado por Irán, podría empezar a perder la influencia que siempre ha tenido en Líbano, como ya la ha estado perdiendo Arabia Saudí. Los ciudadanos se están cansando de la influencia exterior. Por eso demandan la caída del sistema político, porque al final es un reparto de poder entre potencias extranjeras. Entre Arabia Saudí que respalda a Hariri, e Irán que respalda a Hezbollah. Y mientras tanto la política interior sigue sin ser prioritaria, y es de lo que se han cansado los libaneses. Quieren políticos que no estén influidos por el exterior y que realmente atiendan a las necesidades de la gente, y para eso es necesario que rompan con el reparto tradicional, y que en las votaciones se elijan ideas, no confesiones.

Algo muy parecido está sucediendo en Irak. Allí, tras la caída del régimen dictatorial de Sadam Hussein, que encabezaba la minoría suní que oprimía a la mayoría chií y a los kurdos, se alcanzó un sistema de reparto del poder parecido al libanés que sin embargo no logró frenar las tensiones religiosas, sintiéndose los suníes marginados, lo que les llevó a la resistencia contra el gobierno iraquí y la ocupación estadounidense, y al yihadismo.
En estas tensiones, al igual que en Líbano, el papel de las potencias extranjeras fue muy importante. Tras la caída de Hussein, Irán ganó una gran influencia en la política iraquí y en los chiíes, empujándoles contra los suníes. Ya he mencionado previamente que en la guerra de Siria, Irán envió milicias de iraquíes chiíes a combatir.

Algunos suníes como he dicho antes recurrieron al yihadismo, y acabaron formando el Estado Islámico, con Mosul como capital y Al Bagdadi como Califa. Duró algunos años, hasta que fueron derrotados. Recientemente Bagadadi se inmoló al verse rodeado en una ciudad siria fronteriza con Turquía por parte de comandos especiales estadounidenses.


(Este gráfico muestra la zona controlado por el Estado Islámico en Siria e Irak a comienzos de 2015, y cómo va perdiendo progresivamente territorio hasta la actualidad).

Pues bien, una vez pasado lo peor de la guerra y la posguerra, retiradas las tropas estadounidenses, vencido el Estado Islámico, y disminuido significativamente los atentados yihadistas, la población ha empezado a demandar soluciones internas. Fin de la corrupción, empleo, servicios básicos. Lógico, pues el país acabó destrozado. 

De momento ya ha dimitido el primer ministro. Está por ver si se realizan nuevas elecciones con una nueva ley electoral que permita formar un gobierno que realmente represente el interés popular más allá de los actuales equilibrios de poder.

Además, en estas protestas sucede algo muy similar al Líbano. No están dirigidas por una confesión religiosa, aunque sucedan mayoritariamente en ciudades chiíes, y sobre todo, no tienen una base o una razón de ser religiosa. Es una cuestión política y económica. 

Al igual que en Líbano están cansados de la influencia iraní sobre el gobierno iraquí, y en las protestas han comenzado a quemar banderas iraníes y a atacar consulados iraníes. Y no lo hacen los suníes, sino que lo hacen los chiíes. Eso es lo significativo. Que los propios chiíes en Irak se están cansando de los tejemanejes iraníes. Se están cansando de que el gobierno iraquí no responda a las necesidades en el interior.


(Dos de los líderes más populares en estos momentos en Irak son el Ayatolá iraquí Al Sistani (en el póster de la izquierda), y el clérigo chií Al Sadr (en el póster de la derecha), líder del partido político mayoritario iraquí, que sin embargo no está en el gobierno).


Por eso digo que Irán se está equivocando en su política exterior. Porque ha tenido una ambición desmedida, influenciando en Líbano, Irak, Yemen, Siria, y eso al final ha sido demasiado. Irán está en una posición muy crítica. Siempre lo ha estado, desde la revolución islámica de 1979 cuando EEUU empujó al Irak de Sadam Hussein a la guerra iraquí-iraní de 1980 a 1988 para tratar de contrarrestar al régimen iraní. Pero como digo, desde 2003 con la caída de Hussein, Irán comenzó a ganar influencia mundial, y se exacerbó con el caso sirio y yemení.

Entre medias les dio por desarrollar una política de energía nuclear, escudándose en que su finalidad es civil. Sin embargo la comunidad internacional no confiaba en ello, y comenzaron a aplicar sanciones económicas, en parte porque Irán no permitía visitas de organismos internacionales para verificar la situación.
Obama llegó a un pacto controvertido en 2015 por el que se aceptaba la energía nuclear iraní a cambio de que no siguiese enriqueciendo uranio -y alcanzase por tanto capacidad para desarrollar la bomba atómica-, y de que permitiese visitas de organismos internacionales, retirando por su parte las sanciones económicas.
Sin embargo, Trump dio por roto el acuerdo alegando la política exterior agresiva iraní, y volvió a las sanciones económicas, e Irán por su parte, al enriquecimiento de uranio.

Las sanciones económicas están haciendo efecto, y entre otras cosas, la moneda iraní, el rial, se ha devaluado considerablemente, algo de lo que ya hablé en una entrada anterior. Esta situación ha conllevado que muchos iraníes salgan a la calle a protestar, y entre otras cosas, alegan que se gasta mucho dinero en las "aventuras" exteriores, es decir, en financiar la guerra en Siria y Yemen, en vez de dedicarlo a los problemas interiores.





De hecho, la influencia iraní en Siria ya está disminuyendo debido al alto coste que supone para Irán pagar los salarios de las milicias desplegadas en este país, lo que sin duda inquieta al régimen sirio que ve cómo empieza a perder a uno de sus aliados en el terreno, lo que le dificulta el avance contra los rebeldes.


En resumen, Irán ha apostado muy alto, y está comenzando a pasarle factura. No puede hacer frente al coste económico que suponen las sanciones, tiene que empezar a recortar su ámbito de actuación en otros países, y su población empieza a rebelarse contra el régimen.

Veremos en qué queda todo esto. Una solución inteligente sería llegar a un acuerdo de paz en Yemen, retirarse de Siria, dejar de influir en Líbano e Irak, e intentar alcanzar un nuevo acuerdo con EEUU que levantase las sanciones económicas, para de este modo calmar el ánimo de la población. Pero esto muchos lo podrían entender como una claudicación, con lo que es de esperar que desgraciadamente la guerra en Siria y Yemen continúe, y que la población de Irak, Líbano y el propio Irán, siga manifestándose y protestando contra la política exterior iraní.

El régimen iraní tendrá que hacer equilibrios para que su actual estrategia no le acabe engullendo y llevándoselo por delante.   

No quiero terminar esta entrada sin aclarar un concepto que me parece básico pero que por desgracia para algunos parece que no lo es: La gente que protesta en Irak, Líbano o Irán, no son marionetas, como algunos quieren o se empeñan en pensar. La gente sufre de verdad los problemas económicos y políticos, y no todo es una estrategia de EEUU para desestabilizar. Ya está bien del análisis cortoplacista y "anti-imperialista" que niega la realidad de los pueblos y su capacidad de auto-organizarse más allá de intereses extranjeros.

1 comentario:

Anónimo dijo...


Se trata de un buen análisis sobre la zona. Lo que mas me llama la atención es que diga que los pueblos desean organizarse mas allá de intereses "extranjeros". Porque eso no sé si es verdad pero es muy peligroso.

Todos los totalitarismos ya sean de derecha o de izquierda han acudido al nacionalismo para justificar sus tropelías. A veces incluso con "identidades" religiosas o culturales. Por eso, aunque no se trate de marionetas del exterior, pueden serlo del interior. Espero que no lo sean de ninguno.

En España, la dictadura era nacionalista, y difundía el mensaje de que los extranjeros no nos entendían, nos querían someter económicamente... Hasta que ciertos extranjeros interesaron y nos sometimos a sus intereses. Porque desgraciadamente siempre priman los intereses económicos y políticos, que suelen ir de la mano.

Que predicar cuesta poco. Aliviar la vida de la gente mucho. Y convencerla de que nuestros intereses políticos o económicos son los suyos también cuesta poco. Con tener en nuestras manos políticas o económicas los medios de comunicación es suficiente. El malo es el extranjero es un mensaje muy fácil de transmitir: Bien porque te invade con su pobreza o porque te domina con su riqueza. Y si no observe Vd. el Bréxit, sin ir mas lejos. Hay también otros ejemplos de idéntica factura.

Un saludo.